Song | Tango del Quinielista |
Artist | Joaquín Sabina |
Album | Inventario (Cantautores Para La Libertad) |
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Esta es la historia de un hombre cualquiera | |
que una tarde marchita de domingo | |
pegado al transistor | |
sufre y espera que den | |
el resultado del partido. | |
Suena un tango que aflora | |
entre las equis | |
Los unos y los doses traicioneros | |
¿debí colocan? que con más clase | |
sin embargo ha perdido | |
demoliendo tanta terca ilusión | |
dinamitando tantas torres de naipes | |
tantos sueños del quinielista | |
pobre que tendrá | |
que volver a la fábrica de nuevo | |
el lunes a las ocho | |
como cada semana renunciando | |
de momento a la entrada del piso | |
y a la boda por culpa de un balón | |
y un portero de un penalti cabrón | |
y de un defensa | |
por culpa de un maldito delantero. | |
Desengaños | |
que asaltan las murallas del invierno | |
cuando se va la tarde del domingo | |
y no le queda al hombre más consuelo | |
que esperar el vaivén de la fortuna | |
rescatar del baúl el traje nuevo | |
ir con la novia al cine donde explorar | |
con inútil pasión sus blandos senos | |
y mientras Marlon Brando en la pantalla | |
baila un tango en París | |
vuelve el recuerdo del árbitro traidor | |
cómo es posible que un penalti deshaga | |
tantos sueños. | |
Y a las ocho | |
se acostarán por fin en aquel viejo | |
cuartucho de pensión | |
la misma cama de la manta amarilla | |
el mismo miedo a manchar el colchón | |
donde abandonan, arrugado | |
son los últimos esfuerzos | |
de la tarde marchita de domingo | |
que abre la oscura puerta del silencio | |
como una mano blanda y taciturna | |
cuando los verdes dedos del invierno | |
hayan ido cerrándose cansados | |
sucios, ajados, turbios, polvorientos | |
hasta llenar de frío las papeleras | |
donde agoniza el corazón | |
del tiempo. |
Esta es la historia de un hombre cualquiera | |
que una tarde marchita de domingo | |
pegado al transistor | |
sufre y espera que den | |
el resultado del partido. | |
Suena un tango que aflora | |
entre las equis | |
Los unos y los doses traicioneros | |
debi colocan? que con ma s clase | |
sin embargo ha perdido | |
demoliendo tanta terca ilusio n | |
dinamitando tantas torres de naipes | |
tantos sue os del quinielista | |
pobre que tendra | |
que volver a la fa brica de nuevo | |
el lunes a las ocho | |
como cada semana renunciando | |
de momento a la entrada del piso | |
y a la boda por culpa de un balo n | |
y un portero de un penalti cabro n | |
y de un defensa | |
por culpa de un maldito delantero. | |
Desenga os | |
que asaltan las murallas del invierno | |
cuando se va la tarde del domingo | |
y no le queda al hombre ma s consuelo | |
que esperar el vaive n de la fortuna | |
rescatar del bau l el traje nuevo | |
ir con la novia al cine donde explorar | |
con inu til pasio n sus blandos senos | |
y mientras Marlon Brando en la pantalla | |
baila un tango en Pari s | |
vuelve el recuerdo del a rbitro traidor | |
co mo es posible que un penalti deshaga | |
tantos sue os. | |
Y a las ocho | |
se acostara n por fin en aquel viejo | |
cuartucho de pensio n | |
la misma cama de la manta amarilla | |
el mismo miedo a manchar el colcho n | |
donde abandonan, arrugado | |
son los u ltimos esfuerzos | |
de la tarde marchita de domingo | |
que abre la oscura puerta del silencio | |
como una mano blanda y taciturna | |
cuando los verdes dedos del invierno | |
hayan ido cerra ndose cansados | |
sucios, ajados, turbios, polvorientos | |
hasta llenar de fri o las papeleras | |
donde agoniza el corazo n | |
del tiempo. |
Esta es la historia de un hombre cualquiera | |
que una tarde marchita de domingo | |
pegado al transistor | |
sufre y espera que den | |
el resultado del partido. | |
Suena un tango que aflora | |
entre las equis | |
Los unos y los doses traicioneros | |
debí colocan? que con má s clase | |
sin embargo ha perdido | |
demoliendo tanta terca ilusió n | |
dinamitando tantas torres de naipes | |
tantos sue os del quinielista | |
pobre que tendrá | |
que volver a la fá brica de nuevo | |
el lunes a las ocho | |
como cada semana renunciando | |
de momento a la entrada del piso | |
y a la boda por culpa de un baló n | |
y un portero de un penalti cabró n | |
y de un defensa | |
por culpa de un maldito delantero. | |
Desenga os | |
que asaltan las murallas del invierno | |
cuando se va la tarde del domingo | |
y no le queda al hombre má s consuelo | |
que esperar el vaivé n de la fortuna | |
rescatar del baú l el traje nuevo | |
ir con la novia al cine donde explorar | |
con inú til pasió n sus blandos senos | |
y mientras Marlon Brando en la pantalla | |
baila un tango en Parí s | |
vuelve el recuerdo del á rbitro traidor | |
có mo es posible que un penalti deshaga | |
tantos sue os. | |
Y a las ocho | |
se acostará n por fin en aquel viejo | |
cuartucho de pensió n | |
la misma cama de la manta amarilla | |
el mismo miedo a manchar el colchó n | |
donde abandonan, arrugado | |
son los ú ltimos esfuerzos | |
de la tarde marchita de domingo | |
que abre la oscura puerta del silencio | |
como una mano blanda y taciturna | |
cuando los verdes dedos del invierno | |
hayan ido cerrá ndose cansados | |
sucios, ajados, turbios, polvorientos | |
hasta llenar de frí o las papeleras | |
donde agoniza el corazó n | |
del tiempo. |