Llegó desde muy lejos hasta el valle. Compró una casa blanca junto al río al pie de las montañas. Cubiertas de rocío y perezosas dormían las violetas en la rivera de chopos amarillos. Plantó en aquel rincón un sauce y un ciprés y en la sombra fresca un avellano en los ribazos lirios y azucenas y en el patio naranjos. Vistió con mil geranios los balcones y en la puerta un rosal de rosas blancas y se vistió su traje de domingos y se sentó a esperarla. Pensó que en cualquier momento, ella llegaría. Consultaba su reloj y sonreía. Se fue borrando lentamente el sol en el sendero y se durmió pensando en ella, junto al fuego. Pensó que en cualquier momento, ella llegaría. Consultaba su reloj y sonreía. Se fue borrando lentamente el sol en el sendero y se durmió pensando en ella, junto al fuego. Pasó la primavera y el verano, las lluvias del otoño y el invierno, la nieve en las montañas. Entró tímidamente y sin permiso el sol por las ventanas. Crecía hierbabuena en el camino, seguía en su rincón el sauce y el ciprés y en esa sombra fresca, el avellano. En los ribazos lirios y azucenas y en el patio naranjos. Aromas de geranios en los balcones y en la puerta el rosal de rosas nuevas. Volvió a vestir su traje de domingos, en cada primavera. Pensó que en cualquier momento, ella llegaría. Consultaba su reloj y sonreía. Se fue borrando lentamente el sol en el sendero y se durmió pensando en ella, junto al fuego. Pensó que en cualquier momento, ella llegaría. Consultaba su reloj y sonreía. Se fue borrando lentamente el sol en el sendero y se durmió pensando en ella, junto al fuego. Pensando que en cualquier momento, ella llegaría. Consultaba su reloj y sonreía. Se fue borrando lentamente el sol en el sendero y envejeció pensando en ella, junto al fuego.